"El hombre que reprendido endurece la cerviz, de
repente será quebrantado, y
no habrá remedio" (Proverbios 29:1).
La palabra hebrea para reprendido en este versículo se
refiere a la enseñanza
correctiva y las palabras para decir sin remedio
significan "sin cura, sin
posibilidad de liberación." Este versículo nos
dice, en primer lugar, que la
dureza de corazón es el resultado de rechazar
repetidas advertencias y hacer a
un lado todo el galanteo de la verdad. En segundo
lugar, nos dice que con el
tiempo tal dureza se hace imposible de curar.
Entonces, ¿quiénes son las
personas que más a menudo escuchan estas advertencias?
Supuestamente ellos son
cristianos; son quienes se sientan en la casa de Dios
cada semana a escuchar los
sermones de reprensión.
Usted puede preguntar, "¿Qué es exactamente un
corazón duro?" Es uno que
determinadamente se resiste a obedecer la Palabra de
Dios, es imposible de
mover e inmune a la reprensión y advertencias del
Espíritu Santo.
La trágica verdad es que a pesar de escuchar los
mensajes de fuego enviados
desde el cielo, multitudes de cristianos no practican
lo que oyen. Se niegan a
permitir la entrada de Dios en ciertas áreas de su
vida y mientras continúan
oyendo sin escuchar la dureza empieza a arraigarse.
Por el contrario, hay muchos pecadores cuya dureza de
corazón ha sido curada.
Al principio maldijeron a Cristo y enojados sacudieron
el puño en la cara de
Dios. Pero cuando oyeron el evangelio y sintieron el
reproche puro y amoroso
del Espíritu Santo, sus corazones se derritieron.
Ellos se arrepintieron y se
volvieron a Jesús.
La vida del hijo de Madalyn Murray O'Hair ilustra
esto. Había sido criado
probablemente, en el hogar más ateo en América y más
tarde trabajó para su
madre, en cruzadas contra Dios y la religión. Pero al
oír el evangelio, fue
gloriosamente salvo y se convirtió en un ministro,
predicando a Cristo en vez
de maldecirlo. La dureza de este hombre fue curable también
porque él no se
había sentado bajo sermones de reprensión para
continuamente rechazarlos.
En mi experiencia, el más duro corazón, la especie de
los incurables o
irremediables, siempre han estado al alcance de la voz
de la predicación
ungida por El Espíritu Santo. Tal dureza no existe en
frío, en iglesias
muertas o formales donde el evangelio ha sido
corrompido por generaciones. No,
siempre se encuentra donde una palabra pura se predica
desde el púlpito y es
rechazada en las bancas.
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