“Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Ts. 5: 21)
Antes de entrar en esa materia, permítanme decirles
que este servidor siempre ha buscado creer en la verdad escritural, sin prestar
demasiada atención a posibles títulos y etiquetas de corte presuntamente
humano. Arminianismo, Calvinismo, etc. poco han supuesto para mí en todos esos
años de búsqueda de la verdad. Pero me di cuenta de cierto error que he llegado
a cometer, y es el siguiente: detrás de presuntas etiquetas se pueden
esconder grandes verdades, que por menospreciar dichas etiquetas, podemos no
verlas y no aprovecharlas suficientemente.
A mí me enseñaron desde que conocí al Señor, y ya
hace 30 años de eso, que la salvación se podía llegar a perder, y así lo creí
por años y así lo enseñé, sin prestarle mayor atención al asunto en aras de una
apologética de la santidad (lo cual, esto último, es bueno).
No obstante, desde hace ya algunos años, y conforme
he ido entendiendo un poco más sobre la grandeza de nuestro Dios, en contraste
con la pequeñez e insignificancia de nosotros, los hombres, algo en dentro de
mí me iba mostrando que debía de ahondar más en muchas cuestiones teológicas.
Por mi cuenta empecé como nunca antes a profundizar
el estudio acerca de la doctrina de la justificación en la Biblia, y leyendo
los comentarios de probados hombres de Dios, y cada vez fui entendiendo más el
puzle que tenía ante mis ojos.
Sin pretender defender etiqueta alguna per
se, sí me veo en la responsabilidad de dar una explicación breve, pero lo
más diáfana posible sobre este asunto; y esto es lo que voy a hacer a
continuación.
1. ¿Tiene el hombre natural en sí mismo la capacidad de arrepentirse y
convertirse a Cristo?
El Arminianismo enseña que el hombre natural, a
pesar de quedar afectado por la caída de Adán, todavía tiene la capacidad
espiritual de escoger el bien espiritual, y por tanto, tiene
capacidad de ejercitar fe en Dios, para poder recibir el evangelio, y de este
modo obtener la salvación; ¿Es eso verdad? No, no es verdad.
La realidad es que el hombre natural, no percibe
las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las
puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (1 Co. 2: 14).
La realidad es que el hombre natural está muerto en
sus delitos y pecados (Ef. 2: 1), y un muerto espiritual no puede buscar a
Dios, su hombre interior está muerto.
La razón de estar muerto nos la concede la
Escritura: “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado
la muerte así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5: 12)
El pecado causó la muerte espiritual, la corrupción
total del ser humano y la consecuente condenación. La Biblia nos dice que el
intento del corazón del hombre es malo, ya desde su juventud (Gn. 8: 21)
A grandes rasgos, esta es la condición del hombre
natural: está muerto, y los muertos no pueden hacer nada. La depravación humana
es total, y por tanto, el hombre es incapaz de buscar el bien (el de Dios) por
sí mismo; su hombre interior está paralizado por el pecado. Eso significa estar
condenado en esta vida.
“Y esta es la condenación: que la luz
vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus
obras eran malas” (Jn. 3: 19). La condición natural del hombre es la de amar las
tinieblas en vez de la luz, o dicho de otro modo, el hombre natural no buscará
la luz, sino que buscará todo lo concerniente a su ego, en el espíritu del
propio Satanás, al que sirve sin ser consciente de ello.
Concluyo en este punto: La condición del hombre
natural es de total depravación y consecuente muerte espiritual, refutando así
la posición arminiana de sólo estar parcialmente afectado por esa caída
adámica.
Existe una gran diferencia entre un muerto y un
enfermo. El posicionamiento arminiano, es que el hombre está “enfermo”,
mientras que el bíblico es que está muerto.
“Al hombre natural,
las cosas que son del Espíritu de Dios no le interesan, porque se han de
discernir espiritualmente (1 Co. 2: 14), y esa capacidad la tiene muerta por
causa de la separación exhaustiva de Dios, por causa del pecado original”
2. ¿Escoge Dios para salvación a aquellos que le responderían?
El Arminianismo enseña que existe una elección
condicionada a la aceptación del hombre. Así, la condición la pone el hombre,
no Dios. Según el Arminianismo, Dios buscó salvar a aquellos que Él sabía le
iban a aceptar. Así que la prerrogativa la tiene el hombre, no Dios. Es
el hombre el que de alguna manera le dice a Dios: “¡Estoy dispuesto a
que me salves!, ¡Sálvame!”. Esto es absolutamente inverosímil.
Otra vez decimos, un muerto no puede hablar… Pero
si recordamos lo expuesto arriba, según Arminio, el hombre no cayó del todo y
puede todavía pedir ayuda. Pero no, insistimos. El hombre cayó del todo y su
depravación es total.
El salvar a aquellos que aceptarían la salvación,
en términos teológicos se llama la “doctrina de la elección condicional”, y es
la arminiana; no obstante lo contrario es la verdad: la elección es
incondicional.
La elección es incondicional, ya que es Dios quien
elige, no es el hombre en modo alguno. La doctrina de la elección, esta vez,
incondicional, se manifiesta en toda su lógica bíblica por el hecho de que el
hombre es un ser totalmente depravado e inclinado naturalmente al pecado.
Siendo así, la solución (o la elección) no puede estar en el hombre, ni basarse
en el hombre en modo alguno, sino en Dios, que tiene misericordia:
“Así que no depende del que quiere,
ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9: 16)
Ahora bien, si el hombre no puede - ya no salvarse
- sino pedir que le salven, incluso, si por su tendencia natural al pecado,
busca en ese pecado su felicidad (Jn. 3: 20), obviamente la salvación no puede
venir en modo alguno por parte de él. Ni es salvo, ni quiere salvarse, ni pide
que le salven (porque la salvación significa estar con Dios, y eso la carne lo
detesta), y no obstante hay hombres que se salvan… Entonces, ¿En base a qué se
salvan? Evidentemente el protagonista es Dios.
Algunos se salvan, otros no, ¿Quién marca aquí la
diferencia? Obviamente Dios, concluimos pues, la salvación la determina Dios,
jamás el hombre. En otras palabras la elección es incondicional; es
que Dios no ha elegido salvar a todos:
“y para que seamos librados de
hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe” (2 Ts. 3: 2)
La Biblia nos da más que suficientes casos de esa
elección incondicional de parte de Dios:
La elección de Abraham, el cual era un pagano entre
paganos. La elección de Israel, un pueblo que ni siquiera existía y que seguidamente
fue insignificante (Deut. 7: 7, 8). La elección de Jacob en vez de Esaú, cuando
ni siquiera habían nacido, ni hecho bueno o malo (Ro. 9: 11-13). La elección de
Gedeón, un hombre lleno de temores. La elección de David, un jovencito
insignificante a ojos de los hombres. La elección de Pablo, un perseguidor de
la iglesia… etc. etc. Pero como está escrito:
“…lo necio del mundo escogió Dios,
para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para
avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y
lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su
presencia” (1 Corintios 1: 27-29)
El siguiente texto, muestra que la elección de Dios
se corresponde según el puro afecto de Su voluntad, y que, por tanto, nada
podemos añadir a esto:
“en amor habiéndonos predestinado
para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad” (Ef. 1: 5)
La doctrina de la elección incondicional, fue la
que enseñó Jesús: “Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días
de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una
gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino
a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en
tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el
sirio” (Lucas 4: 25- 27)
Eso enfureció a aquellos judíos en la sinagoga, y
eso mismo enfurece a muchos hoy en día también.
Entendámoslo bien: ES DIOS QUIEN ELIGE AL
HOMBRE, NO EL HOMBRE A DIOS.
(Juan 15: 16) “No me elegisteis vosotros a
mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis
fruto, y vuestro fruto permanezca…”
(Romanos 9: 21) “¿O no tiene potestad el
alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro
para deshonra?”
(Proverbios 16: 4) “Todas las cosas ha
hecho Jehová para sí mismo, y aun al impío para el día malo"
Nada podemos, o hemos podido hacer o haremos, que
motive o haya motivado a Dios a escogernos. La elección de Dios para salvarnos
se debe a que nos amó, independientemente de nuestros actos u obras. No nos
eligió, por tanto, porque viera algo en nosotros que le hiciera tomar esa
decisión.
Tampoco nos eligió porque viera que íbamos a saber
o íbamos a poder aceptar a Cristo. No hemos sido escogidos debido a que íbamos
a realizar la “buena obra” de “aceptar” a Cristo, todo lo contrario. Fuimos
escogidos para hacernos capaces de “aceptar” a Cristo (Ef. 2: 10).
(Hchs. 13: 48) “Los gentiles,
oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y
creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna”
Como vemos en esa escritura con excelsa claridad,
los que creyeron, es que estaban ordenados para hacerlo, para vida eterna.
Antes, jamás tuvimos fe para poder ejercitarla para
venir a Cristo, hasta el momento en que por Su gracia fuimos investidos del
poder de Dios para recibir esa fe, y actuar en consecuencia:
(Efesios 2: 8, 9) “Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras,
para que nadie se gloríe”.
Por la gracia de Dios obtuvimos la fe, lo cual es
don de Dios. Por lo tanto nuestra presunta obra de “aceptarle” no cuenta. Le
aceptamos por esa gracia irresistible nos convenció, y pusimos en marcha esa fe
que nos fue dada también.
“El hombre natural
no puede venir a Cristo en sus solas posibilidades. No tiene sentido pedirle
que tenga fe, cuando está muerto en sus delitos y pecados (Ef. 2: 1)”
3. ¿Murió efectivamente Cristo por aquellos que pudieran decidir
aceptarle o lo hizo por los elegidos del Padre?
Nótese que la pregunta es clara: ¿La muerte de
Cristo tiene efecto potencial en todos en general, o realmente sólo en los
elegidos? El Arminianismo enseña que Cristo murió para no salvar a nadie en
particular, lo cual contradice la misma doctrina de la elección incondicional.
Es sencillo, si la salvación depende de la decisión
del hombre, en esa medida, Dios está condicionado, y sólo salvará, no a los que
Él decide salvar, sino a los hipotéticamente hablando, claman por salvación.
Pero volvemos a lo mismo:
- El
hombre natural no puede libremente tomar una decisión para Dios, porque
está muerto espiritualmente, y un muerto no puede decidir.
- Dios
no está condicionado por nadie ni por nada.
- Dios
es quien decide salvar a quien quiere (por eso es Dios)
- Dios
no tenía por qué haber salvado a nadie.
Consecuentemente, Dios no va a pedir un imposible
al hombre natural, cual es, que éste decida creer en Cristo estando en la
condición de muerte espiritual. Más bien es al contrario, como lo vemos en las
Escrituras:
“Y él os dio vida a vosotros, cuando
estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef. 2: 1)
Estando muertos en vida, Él nos dio vida.
Por lo tanto, aunque Cristo dio su vida por los
hombres, sólo aquellos hombres elegidos por Dios son salvos. Esto se llama expiación
limitada, y es la enseñanza de la Escritura.
“…nos escogió en él antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1: 4)
“Yo ruego por ellos; no ruego por el
mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son” (Juan 17: 9)
“porque esto es mi sangre del nuevo
pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26: 28)
Nótese: por muchos, no por todos.
La razón de ser de la iglesia, es justamente la de
ser la que es, la asamblea de los elegidos; la asamblea de los salvados por
gracia.
No todos pertenecen a la iglesia, porque no todos
son salvos, y los que son salvos, no es porque tuvieran alguna virtud en sí
mismos que Dios viera de antemano y los decidiera salvar, sino porque Él
decidió amarlos: “A Jacob amé, a Esaú aborrecí” (Ro. 9: 13)
Es Su elección; es Su prerrogativa.
La expiación es de hecho limitada; limitada por
Aquél que escoge a quien salvar, porque puede hacerlo y quiere.
“Es la elección de
Dios el salvar a quien dispuso salvar. No es la elección del hombre”
4.¿Puede el hombre natural frustrar la obra de salvación del Espíritu
Santo?
¿Podrá el hombre resistir la voluntad explícita de
Dios hasta el punto de doblegar a Dios? Sabemos que no, sin embargo, el
Arminianismo enseña que el bendito Espíritu de Dios, cuando comienza Su obra de
traer a una persona a Cristo, puede ser resistido y puede frustrar Sus
propósitos. Enseña que el Espíritu Santo puede sólo puede cumplir Su cometido
en tanto en cuanto el pecador no se resista y voluntariamente se sujete a Él.
O sea que, la voluntad de Dios depende de la
voluntad del hombre. Si lo vemos despacio, esto es blasfemo.
Como cristianos, no podemos creer esto en modo
alguno. La voluntad del hombre no puede ponerse por encima de la voluntad
explícita de Dios, y aun así, el hombre siempre será convencido por Dios,
cuando Dios quiera convencerle.
El Espíritu Santo es el encargado de convencer
(Juan 16: 8). Cuando el Espíritu Santo actúa convenciendo al pecador, según la
presciencia y el previo llamamiento del Padre, lo hace fehacientemente. Su
poder es irresistible. Su llamamiento no puede ser frustrado por nada ni por
nadie, y así como cuando uno mete la mano en el fuego y se quema sin remedio,
así mismo actúa el Espíritu de Dios convenciendo al pecador y llevándolo al
Salvador.
Cuando el Padre lo quiere, el Espíritu Santo actúa
con gracia irresistible.
De ese modo aquella persona que Dios quiere salvar,
la salvará:
(Juan 6: 37) “Todo lo que el Padre me da, vendrá a
mí; y al que a mí viene, no le echo fuera”
(Juan 6: 44) “Ninguno puede venir a mí, si
el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero”
(Juan 6: 45) “Escrito está en los profetas:
Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que
oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí”
(Gálatas 1: 15) “Pero cuando agradó
a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por
su gracia”.
Pablo resistió al testimonio de los creyentes,
hasta el punto de enviarles a la muerte, hasta que… hasta que Cristo le tocó de
tal manera que su respuesta inmediata fue: “¿Qué quieres que
yo haga?” (Hchs. 9: 6). Si Pablo, contumaz, fue tumbado de tal manera,
¿qué no podrá hacer Dios con aquél que quiera salvar? Eso se llama gracia
irresistible, porque nadie la puede resistir.
Dios no deja a la libertad del hombre Su salvación.
“El hombre no puede
oponerse a la voluntad de Dios cuando esa voluntad de Dios es explícita”
5.¿Se puede perder la salvación?
El Arminianismo enseña que un hombre salvado por
Dios (no uno que se dice salvo) podría final y definitivamente perder la
salvación. Lógicamente, dentro del pensamiento arminiano, si un hombre puede
decidir ser salvo, por tomar la iniciativa de serlo, pues deberá ser
responsable de seguir siéndolo, o no. Si tomó la decisión de serlo, entonces
podría tomar la decisión de no serlo. Esto dentro de ese tipo de pensamiento,
claro.
Gracias a Dios que esto no es así, por todo lo que
ya venimos argumentando. Piensen bien: Si la salvación se pudiera perder, ¡ni a
usted ni a mí nos duraría la salvación un día! ¿Qué fuerza existe en nosotros
mismos para hacer la voluntad de Dios? Ninguna.
Somos salvos porque nacimos de nuevo, y nacimos de
nuevo para ser salvos. Porque Dios nos hizo nacer de lo Alto (Jn. 3: 3), hemos
pasado de muerte a vida; vivimos en una nueva vida, muertos definitivamente al
pecado y a su poder.
(Efesios 2: 1-6)
(Efesios 2: 1-6)
“Y él os dio vida a vosotros, cuando
estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales
anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al
príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo
en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los
pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun
estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con
Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él
nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo
Jesús”
¿Qué la salvación se puede perder? No hombre, no;
fíjense que Pablo inspirado por el Espíritu Santo enseña que Dios nos escogió,
nos predestinó, nos llamó, nos justificó, y nos glorificó (Ro.
8: 29-30) ¡Ya estamos glorificados para Dios que nos tiene en la gloria! Si ya
nos tiene en la gloria, o si ya estamos en la gloria en cuanto a El que es el Eterno
(y eso es lo que realmente cuenta), de repente, ¿podemos salir de esa gloria e
ir a condenación?... ¿ven como no puede ser?
Si juntamente con Cristo nos resucitó, y nos ha
hecho sentar en los lugares celestiales con Él, ¿Cómo de repente podemos perder
eso? ¿Se imaginan ustedes un día diciendo Dios algo así como: “Oh, vaya,
Miguel estaba aquí conmigo en la gloria, y ahora no le veo… ¡Oh, ha decidido
apartarse de mí, y ahora está en el infierno! Y yo sin saberlo”
¡No hermanos, la salvación verdadera es la que Dios
contempla y ha contemplado desde la eternidad a la eternidad. El lo ve todo. El
lo puede todo. El ve a todos los salvos, salvos para siempre.
¡Dios no salva a nadie, para que luego se pierda
La salvación que Dios provee no es algo así como, “Bueno,
vamos a empezar a salvarte, a ver si consigues llegar al cielo”.
La Biblia enseña otra cosa:
(Romanos 9: 29-31) “Porque a los que antes
conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de
su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues,
diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”
¿Quién contra nosotros?, ¡Nadie! incluidos nosotros
mismos.
(Romanos 8: 14) “El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”: Los que somos hijos
de Dios, LO SOMOS SIEMPRE, es decir, es conforme a Dios, no
conforme a nuestra debilidad humana. Las Buenas Nuevas, son: salvación en
Cristo Jesús, nada menos que eso.
(Romanos 8: 1) “Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Hermanos,
¿Qué dice esta escritura?: NINGUNA CONDENACIÓN, ¡Amén!
Existe, o la condenación, o la salvación. Si para
el verdadero creyente ya no hay condenación, es porque es realmente salvo,
siempre salvo (el que lo es, no el que dice serlo, sin serlo)
(Romanos 5: 10) “Porque si siendo enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos por su vida”
Hermanos, lo que Dios promete, lo cumple. Lo que
Dios hace no hay criatura que lo pueda deshacer:
(Romanos 8: 37-39) “Antes, en todas estas cosas
somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy
seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni
ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo
Jesús Señor nuestro”.
Nada ni nadie nos podrá apartar del amor de Dios
que es en Cristo Jesús, lo cual significa que el resultado de la
salvación, cual es la vida eterna, nadie nos lo puede arrebatar, ni siquiera
nosotros mismos (1 Juan 3: 9).
“La salvación es un
don de Dios, y a la vez, un acto de Su suprema voluntad, por tanto, nadie nos
apartará del amor de Dios, que es en Cristo”
Conclusión
1. El hombre natural (sin Cristo) está muerto en
sus delitos y pecados, y no puede siquiera alzar un mínimo susurro al Cielo
para pedir salvación. Un muerto no habla, ni se mueve. Un muerto está muerto.
Por tanto el libre albedrío del hombre no puede aplicarse aquí.
2. Por consecuencia, Dios no salva al hombre porque
este estuviera dispuesto a ser salvado. El hombre necesita ser resucitado, y el
único que puede hacer eso, es Dios. La elección de Dios es incondicional, por
tanto, en nada depende del hombre.
3. La redención efectiva sólo se aplica a los
elegidos de Dios. Dios supo y quiso a quienes salvar, y los salvó desde antes
de la fundación del mundo.
4. El hombre en modo alguno puede oponerse con
éxito a la explícita voluntad de Dios. Él a quien quiere salvar, salva. Otra
vez, el libre albedrío del hombre no puede aplicarse aquí. El hombre que va a
ser salvado, lo es por la gracia irresistible de Dios.
5. La salvación por tanto, no puede perderse porque
no depende del hombre el obtenerla, así tampoco el perderla. Es prerrogativa de
Dios.
Algo menos que todo esto, es hacer un dios más
pequeño y un hombre más grande, lo cual es blasfemo.
El hombre no merece nada. Está perdido y es hijo
del infierno en su naturaleza. Sólo Dios, porque nos amó, decidió salvar a los
que Él consideró que iba a salvar, sin más. El resto es cosa suya. El es Dios,
nosotros… solamente polvo y ceniza.
¡A DIOS SEA TODA LA GLORIA!
© Miguel Rosell Carrillo, pastor de Centro Rey,
Madrid, España.